14 noviembre 2006

Tujiko Noriko

Mucho, muchísimo se ha hablado en estos meses del último lanzamiento de la preciosa japonesa Tujiko Noriko, Make Me Hard ha sido ya elevado a la categoría de nuevo “hype”. Pongamos las cosas en su sitio.

A nadie un poco avezado en el terreno de la electrónica contemporánea debería sorprenderle. Primero, el disco lo edita Mego, label con tanto o más caché y riesgo que otros más “populares” como Warp o Too Pure. Segundo, porque su anterior lanzamiento Shoho Toshi (01), también publicado por el sello austriaco ya patentaba esa mixtura de experimentación y la querencia pop que define este Make Me Hard, y de paso el Mini Lp I Forgot The Title (02) allanaba el terreno.

Además, y para rematar la jugada, anuncia su vuelta al pop al uso (aunque con elementos como éstos ya se sabe) en el exquisito sello Tomlab (búsquenlo como Angelika Köhlermann, y Casiotone For The Painfully Alone), que será el próximo en explotar, y si no, al tiempo.

Tampoco debería extrañar que los postulados rupturistas y abiertamente radicales de Mego se plieguen a propuestas más “digeribles”, es un paso que tarde o temprano todos las casas básicas en la evolución de la música de fin de siglo han tenido que afrontar con mayor o menor fortuna , y que Mego ya hizo suyo con el in-com-pa-ra-ble Endlezz Summer de Christian Fennesz, genio y figura al que todavía nadie, ni por supuesto el personaje que nos ocupa ha podido, ni querido, alcanzar.

El acercamiento a este último trabajo de la nipona depende, en gran medida del factor sorpresa, si la has escuchado anteriormente percibes evolución, pero no el supuesto hype (underground of course) que nos están intentando vender .

De todos modos en una primera escucha, carente (o no) de referencias (y prejuicios) resulta espléndido, fresco, juguetón y primerizo, pero no se cofundan, primero porque el discurso ruidista y punk de Mego esta ahí (¿esta?), pero suficientemente acolchado para oídos profanos, con una querencia Lo-Fi que resalta el embrujo pop y la frescura que no se encuentra en la mayoría de sus coetáneos.

El valor de la propuesta está al igual que, insisto, todos sus vecinos, en la huida del pop de estereotipos de la una electrónica melódica o indietrónica cada vez más aburrida (salvo honrosas excepciones) y rígida. La esquiva del pop estilo versus-chorus versus, la introducción de esquemas más abiertos, de los sonidos infantiles (a la manera de unos Plone) en los desvaríos ruidistas, otorgan un carácter individual y modélico a Make Me Hard.

Bastante alejada de la introspección y radicalismo de Pita o General Magic, y marcando las distancias con el trascendentalismo y rupturismo pop de Fennesz, el asalto de Noriko pierde a los puntos ahí con respecto a los primeros y se aleja del tercero resultando más concreta en su resultado y resultando por ello mas clásico en su entendimiento.

Su pop de juguete bañado en drones y cacharrería digital, sorprende y atrapa a medida que avanza el minutaje y sobre todo cuando, en los momentos más intimistas, el ropaje electrónico envuelve a la japonesa que arrulla, más que canta, y se funde en el marasmo sónico como un instrumento más y perdiendo el determinismo, para adentrarse en terrenos abstractos que le sientan mucho mejor.

En general el disco gana en su desarrollo, desprendiéndose incluso en ocasiones del armazón metálico en algunos cortes, dando cancha a la confusión de estilos, del pop al post-pop o post indie-pop, pero la escucha de su primer corte es suficiente para entender lo que se te vendrá encima. Temas de pop sentimental con coartada rupturista.

Sí, es nuevo, pop y es electrónico.

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La música de la japonesa Tujiko Noriko es mágica, envolvente, susurrante. Experimental hasta la médula, únicamente con su portátil llega a unos extremos emocionales que ya quisieran las mejores orquestas. Juega con el ruido, la electrónica, el silencio, los sonidos inéditos. Nos transporta a un mundo de nuevos parámetros, sin esquemas definidos. A través de un hilo temporal de música e introversión, Tujiko descubre espacios insospechados. Nos hace reír y llorar, aunque no comprendamos ni una palabra de japonés. Su voz es infantil y desgarrada; ingenua y sádica a la vez. Nos suscita, nos inquieta, nos intransitiva. Rompe nuestros moldes, se agrega a una parte de nuestro cuerpo que no sabíamos que teníamos, despega nuestras expectativas, se pega a nuestros sentimientos ocultos.

Aunque se la ha comparado con Björk, la todavía joven Noriko es muy diferente. Es, si cabe, más introvertida e intimista que la islandesa. Frente al aperturismo de Björk (que consigue hacer accesible lo oculto), Noriko sigue un proceso inverso: hace oculto lo accesible, interioriza lo aparente. En cierto modo, deconstruye los clásicos del indie. Es el rizo del rizo; lo más underground de lo posmoderno, con un toque oriental fascinante para nosotros. Noriko lleva lo subterráneo al límite máximo de juego; juega como una niña profunda y atormentada, con una voz rota y suave a la vez, casi aromática, con un cuerpo menudo perfecto para el diseño fotográfico y para hacer música con portátil. Si antes he dicho que Vanessa Mae es la chica-violín y Kate Bush es la chica-piano, en un cruce subconsciente e inconsciente de estos dos iconos musicales, aparece la chica-lap top Tujiko Noriko.

Antes de elegir a Noriko para esta stereografía, me planteé otras posibilidades. La cultura japonesa es clave en mi imaginario; sabía que tenía que estar presente aquí. Pensé sobre todo en los divertidísimos e innovadores Pizzicato Five, en la inquietante Meiko Kaji e incluso en las sexys 5, 6, 7, 8s que descubrió Tarantino para el público occidental. También me planteé la posibilidad de incluir a artistas coreanas, como la cantante de Lali Puna (un grupo precioso, con muchas similitudes con Noriko, que además he podido ver en directo); o la infantil y acrobática Lee Yung Hyun. Pero he elegido a Tujiko Noriko por todas las emociones recientes que me despierta y por el enorme campo de posibilidades futuras que abre: da la impresión de que la música ha dado un paso más gracias a ella.

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Nacida en Osaka en 1976, Tujiko ya amenizaba con su canto la vida familiar de los Noriko desde los tres añitos. su primer sintetizador lo consiguió a los veinte y cuatro más tarde se estrenaba en Mego con un "Keshou to Heitai" que ya apuntaba maneras, fundiendo glitch con suave avant-pop y una voz entre el spoken-word y Björk.

Su primera performance en Kyoto fue un desastre porque llevaba tal borrachera que terminó medio inconsciente, así que lo dejó correr y entró a trabajar en un restaurante especializado en carne de tortuga. pero pronto retomó su ritmo creativo colaborando con Aoki takamasa. poco después, cambiaba tokio por parís.

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Inquietante e infantil, Tujiko Noriko es la respuesta zen a la indietrónica de grupos como Lali Puna. ¿La Björk japonesa del nuevo milenio?

JAPANORAMA. Es un hecho: Japón mola y al parecer, el interés por los ojos rasgados no va a agotarse mañana. La fascinación recíproca que sienten Oriente y Occidente ha sido el eje vertebrador de uno de los trasvases de influencias más interesantes (y a la vez más secretos) de la música independiente: nuestro pop y nuestra tecnología influyendo a las bandas niponas; éstas devolviéndonoslo con un atractivo toque exótico. Y ahora, una nueva ola de sonido amarillo se aproxima, pero con la novedad de que son ellas las que dan el golpe. Los intrigantes descubrimientos de la Björk-gheisa Tujiko Noriko y unas The White Stripes asiáticas llamadas Seagull Screaming Kiss Her Kiss Her destapan un apasionante mundo de rock, ruido, experimentación, ordenadores y guitarras de sexo femenino. Y es sólo el principio…

Si bien el fenómeno de la música japonesa importada a Occidente no es nuevo —se dieron los primeros pasos en los 80 y en la década siguiente la cosa empezó a normalizarse—, sí lo es el de los grupos de chicas o las artistas individuales. Aunque las diferencias se hayan ido reduciendo con los años, la sociedad nipona continúa siendo fuertemente machista y es en las artes donde la singularidad (o, como mínimo, la participación) femenina se ha podido manifestar de manera más libre, ya sea en literatura —en la obra de la escritora pop por excelencia, Banana Yoshimoto—, como en el manga —el colectivo Clamp o Rumiko Takahashi, la creadora de Ranma y Urusei Yatsura—. Pero es en el terreno musical donde hay más y, por supuesto, mejor y más excéntrico.

TEMPURA SÓNICA. Como se apunta en Japanese Independent Music, un interesante libro coordinado por Franck Stofer, la principal eminencia europea en materia sonora japonesa, el imperio del sol naciente arrastra una especie de síndrome de amontonamiento. Nunca ha habido lo que se podría llamar una evolución, sino que las diferentes escenas —industrial, punk, rock progresivo, vanguardia, electrónica— han ido estallando a lo largo de los últimos 30 años y fusionándose entre sí de manera desordenada. La música japonesa es un espejo de la occidental mezclada con la propia tradición ancestral de Japón, alimentada por el ruido y una deliciosa interpretación del pop, por su perversa relación con el caos y la sexualidad extrema, generalmente vinculada a prácticas sadomasoquistas. Razones muy serias para insistir en que sí, que Japón mola mazo.

CHICAS MALAS. A principios de la década pasada surgieron en EEUU las riot grrrls: bandas de mozas guerreras que armaban una bronca de mil demonios y que, al grito de soflamas feministas, inyectaban energía al motor del punk. En Japón, los grupos de chicas se guían más por una cuestión de estilo que de actitud o militancia política, aunque el ruido y las vitaminas son tanto o más estimulantes que las de referentes occidentales como Sleater Kinney o Erase Errata. Más aseadas, más artys, pero también más densas y complejas, formaciones como Fureasteen (nombre de culto: sólo editaron un single en el sello Che) o Xinlisupreme, recientemente fichadas por Fat Cat, siguen la cuerda de eminencias del noise como My Bloody Valentine, poniendo el nivel de decibelios y la potencia en primer plano en un asombroso ejercicio de rock contemporáneo.

Pero, ¿y el roll? El roll lo ponen —o lo ponían: el webzine Pitchfork anunciaba hace pocos días que la banda se había separado temporalmente para darse un respiro— el dúo Seagull Screaming Kiss Her Kiss Her, una coalición de garage punk entre la pareja Aiha Higurashi y Nao Koyama que, aunque ya tiene cerca de una decena de discos a sus espaldas, acaba de ser descubierto en esta parte del mundo gracias a Red Talk, una recopilación de sus mejores momentos para el sello Cherry Red. Versión femenina de sus paisanos Thee Michelle Gun Elephant, SSKHKH es el grupo perfecto para un momento como éste, en el que la prensa enloquece con el regreso a las esencias del rock urgente (al modo The Strokes) y una apariencia fashionable: no en vano, en The Face ya les han dedicado el pertinente reportaje, algo para lo que todavía piden turno la cantautora folk punk Mari Aoki, las réplicas ramonianas de Mika Bomb y Fifi And The Mach III o esa mezcla entre Nirvana y Motorhëad (¡glups!) que responde al nombre de Coa.

También hay pop exportable, por supuesto. El dúo Buffalo Daughter consiguió editar un par de discos en Grand Royale, el sello de Beastie Boys, antes de irse al garete y así poner de moda en Estados Unidos el sonido clubpop junto con Cibo Matto (unas petardas que no duraron mucho, aunque una de ellas se hizo novia de Sean Lennon); la diva frustrada Takako Minekawa y los disueltos Pizzicato 5. Pero todo ello huele a pasado. El recambio se llama Ex-Girl, un trío que viene a ser como las Destiny’s Child de Tokyo —Kirilo, Fuzuki y Chihiro hacen coreografías, posan y llevan por el camino de la amargura a los adolescentes fetichistas—, pero con la ventaja de que éstas gritan y se ponen bordes y punkies. En nuestro país, debería ser relativamente fácil de encontrar su disco Revenge of Kero! Kero!, licenciado por el sello inglés Guided Missile, especializado en bromas electroclash punkoides.

TECHNOCHICAS. Sin entrar de lleno en el terreno del más agreste campo experimental —sólo en la isla de Hokkaido puede uno toparse de bruces con nombres como Tsuyuku Aki (organista post rock que graba en Moikai, el sello de Jim O’Rourke) o Setsuko Chiba (de profesión modelo epatante, pero entregada a la música improvisada en sus ratos libres y amiga de John Zorn para más inri), amén de señoras broncas enroladas en grupos mixtos y agresivos hasta el extremo como CCCC—, la electrónica agradable también tiene su representación femenina en Japón. El nombre que más salta, y que más va a saltar en las próximas semanas a poco que la prensa del ramo comience a hacerse eco de sus maravillas, es el de Tujiko Noriko. Como salida de un cómic de Akira Toriyama (ella es como la Arale Norimaki del manga Dr. Slump: juguetona, infantiloide, inocente pero con golpes ocultos de mal rollo), Tujiko combina lo picante con lo pueril, lo deliciosamente bonito con lo embarazosamente grotesco. Con dos discos editados en el sello austriaco Mego, empieza a sonar en los oídos de los fans de la indietrónica como recambio de Lali Puna o Björk. Aunque su música, densa y barroca, puede espantar a la primera: exige una concentración casi zen y una paciencia de santo, aunque la recompensa es una belleza recargada sin parangón a día de hoy.

Haciendo el puente aéreo con Berlín y Nueva York están Nic Endo (esa aficionada al bondage que controla el ruido en la banda de Alec Empire, Atari Teenage Riot) e Ikue Mori (veterana de la vanguardia, colaboradora habitual de Sonic Youth y Fred Frith), aunque quien de verdad interesa hoy en la música electrónica japonesa es Sachiko M. Novia del gurú del minimalismo Otomo Yoshihide, Sachiko experimenta con el silencio y con la saturación, aunque su mejor descubrimiento es Hoahio, un trío de gamberras transculturales en el que se mezclan instrumentos tradicionales como el koto, técnicas modernas como el glitch y un toque pop adictivo provisto por Haco, una especie de etérea Elisabeth Frazer para el underground nipón. Cuidado con ella: engancha.

LAS CHICAS CON LOS CHICOS… Por supuesto, hay grupos mixtos en los que el rol femenino sale reforzado. En algunos casos más —el de Boredoms, banda mítica de noise, entre la intelectualización y el sudor frío— y en otros menos, como en la comuna psicodélica Acid Mothers Temple, que, por tener, tienen hasta un perro y un gato en el conjunto. Pero especialmente vale la pena detenerse en dos propuestas. La primera, Nagisa Ni Te, un grupo de slowcore espiritual y paisajista que recibe comparaciones con Low o Mogwai y en el que la voz de Masako Takeda acompaña las composiciones atmosféricas de Shiji Shibayama (muy recomendable su recopilación Songs for a Simple Moment). Y la segunda, Melt Banana, una explosión de no wave, lujuria y locura en la que, como se ha llegado a decir, las guitarras suenan como rayos de sol: una cantante desquiciada (YaSuko) poniendo los ojos en blanco mientras el ruido se deshace en cascadas multicolores, como en los mejores momentos de Sonic Youth. Sí, estas japonesas están locas, pero también pueden volvernos ídem.

http://www.elmundo.es/laluna


2 comentarios:

Anónimo dijo...

me gusta tujiko , una gran vos.


pero pelotudo deja d hablar mal d cibo matto, k kandy man es una gran pieza!!!!!!!!!!

Alejandro Aguerre dijo...

jaja, pues bueno. Como verás, no es un artículo escrito por mí, sinó una recolección de artículos publicados en internet sobre esta muchacha. Tengo algunos de sus discos y la verdad es que me gusta, me parece bastante original, personal. Por eso junté esta info, para compartirla con otros que quisieran saber sobre ella.

Cibo me gusta.

No te quemes por lo que digan otros. Sobre gustos HAY mucho escrito, y bien variado.

Gracias por participar