06 marzo 2006

Bill Frisell - Entrevista

En el jazz hay una palabra que significa casi todo: sonido. Cuando se habla del estilo de un músico, de su manera de frasear, de la manera en que encara sus solos, se habla del sonido. Pero, además, en un género en que el timbre del instrumento se construye, en que un saxo no suena igual tocado por John Coltrane, por Stan Getz o por Sonny Rollins, el sonido, en su referencia al timbre, dice mucho más que eso. Nombra, sin duda, la esencia del músico. Y si hay un músico del que es imposible hablar sin hablar de su sonido es el guitarrista Bill Frisell. Desde sus primeros discos solistas y en sus tempranas colaboraciones con grandes creadores como el trompetista Kenny Wheeler o el saxofonista Jan Garbarek, quedó claro que Frisell, además de una manera nueva de tocar la guitarra, traía al jazz un sonido nuevo.

Clarinetista en su juventud, su sonido recuerda muchas veces el de un instrumento de viento. E incorpora, por otra parte, tradiciones poco tenidas en cuenta dentro del jazz como la de la pedal steel guitar. Pero, en particular, su mundo tímbrico es el de alguien que creció con el rock. “Fue natural para mí”, cuenta a Página/12 en un diálogo telefónico. “La primera música que toqué fue rock’n roll, mis primeros ídolos fueron músicos de rock, los primeros guitarristas que entraron en mi cabeza fueron los del rock y, cuando empecé a estudiar, ya hacía tiempo que tocaba y lo que tocaba tenía más que ver con Hendrix que con Jim Hall.” Bill Frisell volverá a tocar en Buenos Aires (ya estuvo aquí hace cinco años) para abrir el Festival Tribulaciones Music Tour 2005. Como la vez anterior, llegará con su trío, conformado actualmente por él en guitarra, el bajista Viktor Krauss y el notable baterista Matt Chamberlain, que toca habitualmente en la banda de David Bowie, Fiona Apple y Tori Amos, y actuará en La Trastienda (Balcarce 460) los próximos viernes 22 y sábado 23. Entre los motivos declarados estará la presentación en vivo de su último CD de estudio, Uspeakable, que acaba de ganar el Grammy como mejor disco de jazz contemporáneo.

En la carrera de Frisell –en su sonido– hubo un vuelco, en los últimos años, que tuvo que ver con una reivindicación más explícita de diversas tradiciones de la música norteamericana ajenas al jazz. En los comienzos su lenguaje había estado cerca del jazz más experimental y sus trabajos junto al saxofonista John Zorn y el trombonista George Lewis son hitos en ese estilo que suele asimilarse con el downtown neoyorquino. Si bien algo de ese cambio estaba presente ya en su participación en el grupo Bass Desires, junto a John Scofield (también en guitarra), Marc Johnson (bajo) y Peter Erskine (batería), a partir de Have a Little Faith y, sobre todo, de Nashville, que ya desde su título –y, por supuesto, de la elección de los músicos que allí participaban– hacía una declaración de principios en relación con el folklore rural estadounidense. Ese mundo en el que Frisell se inscribe actualmente se define habitualmente con la palabra americana, un mote que, más allá de la omisión de la necesaria partícula norte, designa ese conjunto de músicas que van desde el country de los Apalaches hasta el zydeco de Louisiana pasando por el kitsch de las bandas estudiantiles y la música previa a los partidos de fútbol (norte) americano, el modernismo populista de Aaron Copland y, obviamente, el blues y el rock. La explicación de Frisell es sencilla: “Lo único que sé es que crecí en Estados Unidos; aquí viví, viendo TV, películas, escuchando esos sonidos. Todo eso me involucra. Norteamérica es la banda de sonido de mi vida. No pienso realmente si lo que hago es o no americana. No es consciente, en todo caso. Uno está abierto a muchas posibilidades. Cuando toco no pienso. Tal vez, la gente y hasta yo mismo nos pongamos a pensar después que terminó la música. Posiblemente suceda que yo soy americano y que, por consiguiente, mi música también lo sea”.

–Usted comenzó a grabar con músicos fuertemente asociados con la escena europea, como Eberhard Weber, Jan Garbarek o Kenny Wheeler. ¿Qué diferencias encuentra entre el mundo del jazz europeo y el estadounidense?

–Cuando comencé tenía más público en Europa y era por eso que tocaba allí y con músicos europeos. No creo que haya grandes diferencias en cuanto a la pasión y la convicción con que se hace música pero sí pienso que, en muchos aspectos, la propia historia que cada uno tiene se filtra en las maneras de entender la música y de ejecutarla.

–Usted tocó junto a algunos de los mejores guitarristas de su generación, como Metheny o Scofield. ¿Qué le enseñaron ellos y qué cree haberles enseñado usted?

–Todos los músicos con los que toqué, empezando por mis maestros, me enseñaron mucho. Todo lo que soy lo debo a haber tocado con otra gente, incluso, a través de los discos, con maestros que nunca llegué a conocer. En cuanto a Pat o John, son grandes músicos. No sé exactamente qué es lo que nos enseñamos unos a los otros pero compartimos una misma pasión por hacer música y, tal vez, preguntas similares acerca de la armonía, de los ritmos, del timbre, aunque nuestras respuestas sean diferentes entre sí.

–Hay una clara predilección por acompañar cantantes. Ha grabado y tocado en vivo junto a Elvis Costello y Marianne Faithful, por ejemplo. ¿Qué desafíos particulares implica el papel de acompañante?

–En realidad siempre me pienso como acompañante. Incluso cuando toco solo me hago a la idea de que hay una voz que tengo que acompañar. La única diferencia es que en ese caso esa voz es mi guitarra; yo soy el cantante. Por otra parte, entrar en el universo de las canciones, con sus letras, su poética, sus imágenes, es inspirador. Aun cuando no conozca las palabras, como cuando trabajé con la cantante y autora argentina Gabriela, la música de esas palabras, su sonido, algo de lo que es la voz humana, me despierta cosas que tienen que ver con mi estilo. Es como encontrar qué parte de mi sonido corresponde a ese sonido.

–¿Cuál es su visión del panorama del jazz en la actualidad?

–Por un lado, y en particular en el terreno de la guitarra, hay nuevos intérpretes fantásticos, como el francés Marc Ducret. Ellos han crecido con mucho de lo que para nosotros fue un desafío ya incorporado. Para ellos la apertura mental, las posibilidades tímbricas, las posibilidades de moverse por diferentes estilos, diferentes influencias y hasta distintos géneros es mucho más tangible que lo que era para los de mi generación. Si bien es cierto que en la superficie el ambiente del jazz está mucho más convencional, más ligado al mainstream que hace veinte o treinta años, también es cierto que por debajo suceden cantidades de cosas. Hay nuevos intérpretes, nuevos compositores y, sobre todo, nuevas músicas. No es lo que más se ve. Quizá no sea de lo que más hablan en los diarios ni la televisión ni las revistas masivas, tal vez no sea lo que más se premia en eventos como los del Grammy, más allá del hecho de que yo haya sido reconocido allí con mi último disco en estudio, pero todo ese mundo musical nuevo está.

–A lo largo de su carrera hay un trío, el que conforma con Joe Lovano y Paul Motian, que funciona como una suerte de pie en tierra, al que vuelve periódicamente, y con el que acaba de editar un nuevo disco para el sello ECM.

–Joe Lovano y Paul Motian fueron los primeros que me dieron la posibilidad de ser yo mismo. Después de veinte años volvimos a tocar juntos. Es emocionante y enriquecedor y, además, Motian para mí es como un padre.



(PAGINA 12 -ARGENTINA- 20 de Abril de 2005 - Por Diego Fischerman)

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